Pintor en Nueva York
Pintor y grabador español, nacionalizado estadounidense, enmarcado dentro del Expresionismo Abstracto. Nacido en el seno de una familia humilde, estudió en el Colegio de los Escolapios de Granada. La muerte de su padre, así como la difícil situación económica de la familia, obligaron a Guerrero a trabajar en un taller de carpintería. Allí nació el origen de su vocación por el dibujo, ingresando en 1931 en la Escuela de Artes y Oficios. Durante su formación, tuvo siempre como referente a uno de los grandes maestros del Barroco español: Alonso Cano. La Guerra Civil le sorprendió en Ceuta, durante el servicio militar. Tras finalizar dicha etapa, ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde se interesó especialmente por las clases de Vázquez Díaz y de Lafuente Ferrari.
En Madrid, entabló contacto con artistas como Carlos Pascual de Lara, Miguel Pérez Aguilera o Hans Bloch. Gracias a este último, conocería a su primer galerista, Karl Buchholz. A pesar de participar del academismo costumbrista imperante, pronto comprobó las limitaciones de la situación política y social de la época, por lo que marchó a París. Allí estudió pintura al fresco en la École des Beaux Arts. También se encontró con la obra de los maestros vanguardistas de Francia como Matisse, así como su paisano andaluz, Pablo Ruiz Picasso. Esa influencia se vería manifiesta en el cuadro de 1948 ‘Dos hilanderas’.
Posteriormente viajó a Roma, donde pintó una serie de vistas de la ciudad que expuso en la Galleria del Secolo. Luego, pasó por Roma, Bruselas y Londres. En esos años, realizó sus primeros encuentros con el mundo de lo abstracto. La renovación esencial de su pintura se hizo más latente cuando decidió viajar a Estados Unidos en 1949, animado por su esposa, Roxane Whittier Pollock. En 1950, se instaló en Nueva York, donde se inició en el grabado. Introdujo en sus obras formas flotantes monocromáticas que reflejaban el influjo del británico Stanley William Hayter y de Joan Miró. Dos años más tarde, presentó sus aguafuertes y monotipos en la Smithsonian Institution de Washington. En la década de los cincuenta, entró en una fase experimental, interesándose por la pintura mural y su integración en la arquitectura.
Continuó exponiendo sus obras por diferentes galerías de arte americanas, hasta que entró en una profunda crisis personal que le llevo al psicoanálisis. Fue abandonando las formas biomórficas para adentrarse en una pintura más gestual, a menudo cargada de un alto contenido sexual. Coincidiendo con sus viajes a España, presentó un conjunto de lienzos que remitían a imágenes de su juventud en Granada: ‘Albaicín’, ‘Generalife’ o ‘Sacromonte’. Su regreso definitivo a Madrid le llevó a una obra más serena, lejos del Expresionismo Abstracto de Nueva York. Con motivo del 30 aniversario del asesinato de Lorca, creó ‘La brecha de Víznar’, con altas dosis metafóricas.
Regresó a América, siguió reinventándose, llegando un punto de experimentación con inquietudes más próximas a la figuración y a la estética del pop. A estas obras le siguieron su serie más conocida en España: ‘Las fosforecencias’, donde introdujo elementos como bolsas y cerillas. En sus últimos años, tuvo una amplia presencia artística y social en diversas retrospectivas, exposiciones y conferencias. Le concedieron la Cruz Oficial de la Orden de Isabel la Católica, la Medalla de Oro de las Bellas Artes y el Premio Andalucía de Artes Plásticas, entre otros galardones. El cáncer acabó con su vida en diciembre de 1991.