Si hay alguien a quien su segundo apellido le define, ése es Pinto. El apellido no fue elegido: le vino por el río de la filiación. Sus padres, en cambio, sí eligieron su nombre y, aunque en el registro civil no suponía entonces ninguna anticipación, hoy resulta en él una invitación al arte de la pintura: Rafael. Lo demás fue coger el pincel y llenar lienzos y tablas de color, de forma, de luz, de materia, construyendo un mundo personal donde las figuras están reordenadas una y otra vez para presentarnos una visión irónica pero inevitablemente exacta de nosotros mismos.
Sin sentido del humor no hay inteligencia y sin provocación no hay arte. Hay mucho de irónica provocación, enérgica pero sin estridencias, en estos cuadros en los que Pinto plasma, con exquisito cuidado por la línea dibujada y por el juego de colores, un conjunto de seres que, en su propio descoyuntamiento, nos parecen familiares: porque Pinto pinta (no veo otra forma de decirlo) ese universo travieso en el que nosotros, niños a pesar nuestro, quisiéramos convertir esa realidad de funcionarios en la que a menudo vivimos. Hay ecos en Pinto (cubismos, dadaísmos, postimpresionismos, expresionismos, pop-art, sin olvidar ciertos susurros renacentistas que al menos yo oigo, digo veo) que de pronto se ensamblan y se nos revelan como una pintura fresca, original, soleada, directa, dotada de ese aderezo de intemporalidad que es el ingrediente alquímico de todo arte auténtico.
Hubo hace mucho tiempo en Huelva, en la segunda mitad del siglo XVII (perdonen, habla aquí el historiador), dos familias de pintores que se repartían el pequeño mercado local: los Lasso y los Pinto. Ahora, más de trescientos años después, de alguna rama desprendida de un árbol genealógico vuelve a Huelva otro Pinto, Rafael García Pinto, que en el local que hoy tiene junto a La Merced ha puesto un taller y una escuela de pintura, en los que se apilan, en el suelo, contra las paredes, las sucesivas obras que su mirada, más que su mano, produce. Hoy la Universidad de Huelva, en su vocación por mostrar los nuevos valores del arte contemporáneo, tiene el gusto de presentar en su sala de exposiciones la muestra Pinto, el género desordenado, colección de pinturas que trata de resumir una trayectoria presente y sin duda futura. Naturalmente, el autor no vive (aún) de la pintura. Trabaja en Leroy Merlin, la conocida multinacional producto de la unión de Adolphe Leroy y Rose Merlin. Del segundo de estos apellidos ha tomado Pinto su mágica capacidad de desordenar el mundo.

Manuel José de Lara Ródenas

Vicerrector de Extensión Universitaria