El escultor poeta
Uno de los escultores españoles más populares de la segunda mitad del siglo XIX. Hijo de una modesta familia, su talento fue descubierto por el pintor sevillano José de la Vega Marrugal, quien le impartió sus primeras lecciones de dibujo. Continuó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de París, gracias al mecenazgo del príncipe ruso Romualdo Gredeye, y en Roma, por una beca del Ministerio de Fomento. Fue galardonado con varios premios, como los de la Exposición Nacional de 1887 y 1890, y las medallas de bronce y de plata en las Exposiciones Universales de París de 1889 y 1890. Gracias a su obra ‘La primera contienda’, fue nombrado Caballero de la Orden de Carlos III.
Su fama como escultor llegó a ponerle en contacto con la Reina Isabel II, que hasta visitó su taller, en el que adquirió el relieve ‘Los dos guardianes’. Inició su carrera profesional realizando algunas esculturas clásicas, como ‘Bajo la esfinge’ o ‘La madre hebrea’, y dos bajorrelieves con escenas de la vida de San Antonio de Padua, también adquiridos por la reina. Se especializó en bustos y esculturas de grandes proporciones, alcanzando una notable repercusión con el conjunto ‘El grito de Independencia’.
Por otro lado, también trabajó el estilo costumbrista; prueba de ellos son sus bajorrelieves ‘En la Macarena’ o ‘El cuento de Ánimas’. Además, destacó en el retrato, como los realizados para el General Polavieja y para el Duque de Alba. Fruto de estas producciones, el Ayuntamiento de Sevilla le encargó varios monumentos, como el dedicado a Luis Daoíz, que se encuentra actualmente en la Plaza de la Gavidia. Uno de sus trabajos más curiosos fue, bajo la inspiración de Bécquer, un bajorrelieve en barro cocido al que tituló ‘Volverán del amor en tus oídos’.
Uno de sus trabajos más importantes y reconocidos es la galería de los doce sevillanos ilustres que realizó en 1895 por encargo de los Duques de Montpensier, que están situados en la balaustrada de la puerta de coches del Palacio de San Telmo. Representó personajes tan ligados a la cultura sevillana como Velázquez, Murillo, Martínez Montañés, Lope de Rueda, Miguel Mañara o Fray Bartolomé de las Casas. El cerramiento del mundo de las cofradías sevillanas no permitió que Antonio Susillo tuviera ninguna obra de imaginería en su tierra. Dentro de su producción religiosa, destacan los bajorrelieves de la muerte de San Juan Crisóstomo y el Cristo de las Mieles, crucificado cargado de un dramatismo realista, que se levanta sobre su propia tumba en el Cementerio de San Fernando.
La influencia modernista, adquirida en su etapa parisina, marcó toda su obra. Esta se caracteriza por los rasgos realistas y descriptivos. Fue maestro de importantes escultores como Antonio Castillo Lastrucci y Joaquín Bilbao. A los treinta y nueve años, se suicidó de un tiro en la cabeza junto a las vías del ferrocarril, en la zona de La Barqueta de la ciudad de Sevilla. La Iglesia permitió su entierro sagrado bajo el citado Cristo de las Mieles, en lugar de enviarle al Cementerio Civil, como se hacía entonces con los suicidas.